Respiraciones. Por Dani Umpi

En audios de Whatsapp Guadalupe Fernández me cuenta que desde hace treinta años dibuja como quien respira, sin dedicarse a un proyecto puntual, a destiempo de los tiempos que corrieron. El rol curatorial de Galería PM es decisivo en la elección de puertas de entrada para conocer esta artista que se pone al margen de las tendencias y categorías como lo kitsch, lo naif e incluso el surrealismo. Las obras seleccionadas se presentan como paisajes. Fantasías de fines de los noventas y fantasmitas recientes con un velo lunar. La luna como eje, la noche, el inconsciente, el espejo.

En las charlas surgen datos personales que pueden develarse en este texto para redoblar el misterio. Los horizontes presentes corresponden a la rivera del Río de la Plata, más específicamente la playa uruguaya Santa Ana (su idílico y amoroso refugio en tiempos pandémicos) y a tierras nórdicas. Estocolmo, Suecia, paisajes donde creció junto a sus padres exiliados y amigas de entonces, de siempre, que vuelven en forma de muñequitas, calabazas… lo que también linkea con su fascinación por la obra poética de Marosa di Giorgio y aquellos universos de naturaleza lujuriosa donde perlas se enamoran de las rosas y dan huevos a luz. Son paisajes que la han atravesado en ese camino de la pintura como espacio de libertad. Bodegón, rincón de recuperación de objetos personales, colores que dan ánimo, altarcitos en árboles, invocaciones y evocaciones al óleo “a la old school”, como aclara entre risas.

Cuando propongo hablar de la dimensión metafísica de estos cuadros recuerda una muestra de hace varios años que se llamó “Metafísica salvaje”, también relacionada a Marosa di Giorgio. Me da punta para pensar estos paisajes como espacios poéticos, engañosamente infinitos. Puede que sean surrealistas o, para inventar un sincretismo y jugar con los paralelismos, lo asociaría más a la pintura metafísica por sus atmósferas conmovedoras, desérticas, en las últimas o primeras horas de una eternidad, con plantas y objetos cotidianos descontextualizados, oasis, sin raíces ni otros sueños que los que no pueda imaginarse. Sin embargo no generan tanta melancolía o soledad, son sueños lúcidos llenos de deseo, ilógicos pero verosímiles, ni abandonados ni inmóviles. Tienen optimismo.

Dice sentirse contemplativa pero con la mirada hacia el interior. Me olvidé de preguntarle si era un ejercicio psicoanalítico. Mejor quedarme con la duda. No es un lugar común decir que el óleo es una técnica que requiere tiempo de maduración, como también tiempo para hacerla propia. La gente que pinta con óleo está siempre en la misma, son como un club. Es que esa técnica es un camino de búsqueda de sentidos. Guadalupe siempre reservó un espacio de las casas que ha habitado para ese trabajo. Un vivero, un refugio que supo estar en el living o lejos. Un taller. Un taller puede ser una mesa, una computadora o un edificio. La hoja en blanco. Pero sólo ocurre y fluye si se ha encontrado una disciplina metodológica propia, constante (en el caso de Guadalupe, diaria) que le permite avanzar con curiosidad entre las incertezas, sin distracciones. Disciplina.

Guadalupe también da talleres. Cuando en el año 2013 el Ministerio de Cultura de entonces inauguró en Barracas La Casa de la Cultura, tan necesaria para la Zona Sur, con museo auditorio y galería abierta, Guadalupe formó parte del equipo de creación de la colección patrimonial. Se donaron obras para el espacio. Guadalupe se centró en los artistas del barrio. Así fue que conoció a Luis, quien hace diez años era un jovencito con varias carpetas repletas de dibujos. Se dedicaba al boxeo amateur y dibujaba con un trazo delicado, preciso. La producción era abundante.

Por entonces y ahora mismo la dinámica de este dibujante se ha mantenido. Dibujos de observaciones que rescata, con una mezcla de escuelas y técnicas muy personales (¿hay algo de manga o es una casualidad? ¿le interesa el cómic o nada que ver?), situaciones y cuerpos que son sorprendidos en el camino, en trayectos, transiciones. Algunos van camino a la heladera, a la calle, a la guerra… androides de toda escala, seres humanos, humanos que son quién sabe qué, cuerpos sensuales, dislocados, escenas que llenan la hoja sin superponerse del todo. Cada hoja es un sueño y, a la vez, contiene sueños que
continúan en otras hojas. También hay fe. Creo que esa es la línea para ordenar y leer el caos que propone en cada página.

Luis me cuenta que dibuja lo que sea. Lapiceras y hojas blancas. Saca ideas. La lapicera lo desafía a no equivocarse o resolver los tropiezos con ingenio. Seguir para adelante con el dibujo con todas las metáforas que se desprenden de esta práctica. Dibujar y dibujar hasta completar esta página y otra más. Dibujos rápidos que buscan patrones, cosas parecidas.

Me manda un audio hermoso: “Siento que el arte se potencia cuando quiebro las figuras. Cuando saco alguna parte agrego una línea de más en donde sea, que atraviese cualquier lugar de la figura. Ahí siento que realmente está el arte. Es lo que me llena. Me gusta mucho, me pone contento dibujar un objeto, una persona. Cuando hay un secreto, cuando esa persona o ese animal tiene algo de más que no vemos, sólo puede aparecer en el dibujo. Ahí está el arte, en la línea demás. No hay una fórmula. El disparador puede ser cualquier cosa, una película o serie que estoy viendo, lo que sea, pero siempre quiero hacer
algo más, cosas impensadas”.

En el año 2009 Luis comenzó a firmar sus dibujos y al poco tiempo agregó la frase “el dibujo no se borra” presente en todas sus hojas desde entonces. La firma, el final. Luego comenzará otra, o a varias en simultáneo. Nada se pierde. Todo se rescata y continúa, como en un cadáver exquisito a la vista.

Los dibujos también muestran una creativa organización del caos, una dinámica casi de ciencia ficción pero con elementos reconocibles, vinculados a veces con humor y otras con la crudeza de la vida misma. Los huecos se llenan con nuevos dibujos formando una gran trama de fragmentos. Lo pequeño se transforma en algo grande, en una idea general que se incuba y fermenta en mil conexiones, multitasking, como nosotros, ahora, conectados y desconectados, combinado distracciones con las preguntas existenciales de siempre. Lo cotidiano con lo onírico en un papel, en un mantel, en una mesa ordenada.